domingo, septiembre 23, 2007

La leyenda del escritor par



Cuentan que ninguno de los dos se llegó jamas a conocer. Otros afirman que, en cambio, mantuvieron una correspondencia durante más de 5 años. Aquel 12 de agosto del 98 los críticos más feroces del mundo entero se cernieron sobre Alfredo Pérez y Russel Crosby. La acusación de plagio fue en su momento, la más suave de cuantas recibieron y con el tiempo, la que pasó a originar toda la polémica. Y es que nadie pudo explicar de un modo coherente porque el mismo día, en dos ciudades separadas por 6000 kilómetros, dos personas distintas pudieron publicar el mismo libro, casi palabra por palabra y coma por coma.
El título de la obra era "La leyenda del hotel inexistente" ("The legend of never extisted´s hotel" en la versión de Crosby). La novela versaba acerca de cierto hotel donde sus inquilinos podían mantener por completo su anonimato durante su estancia. Ni un solo trabajador podía hacer acto de presencia frente a un cliente, de tal modo que sólo quedaba de éste el nombre, el número de dni y la cuenta bancaria. En ambas historias- que no olvidemos, no dejan de ser una misma -, el protagonista es un joven escritor llamado Miguel Cuartero (Michael Ford) que acude al hotel deseoso de encontrar en la soledad, la inspiración que la gran ciudad le impide alcanzar. Cuando la primera noche recibe la cena por una trampilla situada en la parte inferior de su puerta, se sorprende del perfecto funcionamiento del lugar: nadie, absolutamente nadie podrá perturbar su tranquilidad. El servicio es excelente y recibe en su habitación todas y cada una de las cosas que solicita por teléfono. Nunca coincide con otros clientes: es como si el mundo se paralizase ante él. A partir del cuarto día, se le antoja desenmascarar las imperfecciones que, sin duda, tendrá el hotel. Para ello espera junto a la puerta a que suban su cena. Cuando ésta llega, sale bruscamente al pasillo donde se encuentra ante la sorpresa de que no son trabajadores sino pequeños robots los que suben las bandejas a las habitaciones. Busca sin éxito pasillo por pasillo y sala por sala, a algún empleado o habitante extraviado. Al quinto día, desesperado por su aislamiento, huye del hotel. Cuando llega a la ciudad descubre aterrorizado que por alguna extraña e inexplicable razón, no hay ni un solo habitante en ella: su soledad es ahora total y absoluta. ("he was involved in an absolut feeling of loneliness").
Cuando Alfonso Pérez concluyó de leer el relato de Crosby, aproximadamente cuatro horas después de que estallase la polémica, no pudo disimular ni su sorpresa ni su molestia ante la evidencia del plagio del que había sido víctima. Resulta que las reacciones de Crosby fueron las mismas. Y así continuaron los próximos días, adjudicándose la originalidad de la obra. Ya que la de Pérez fue inscrita en el registro de la Propiedad Intelectual unas pocas horas antes que la del americano, a ella se le reconoció la autenticidad. A renglón seguido, un juez afirmó que si "La leyenda del hotel inexistente" se inscribió antes, fue debido a la diferencia horaria entre ambos países: cuando Pérez lo hizo, eran en Estados Unidos las 5 de la mañana, hora poco apropiada para registrar "The legend of the never existed´s hotel". El proceso se alargó más de la cuenta y comenzaron a surgir interpretaciones alternativas que defendían la existencia de un acuerdo previo entre Pérez y Crosby. Resulta que el primero tenía un conocido que, gracias a cierto programa de intercambio, se hospedo en casa de la novia de un amigo del segundo. Las especulaciones atribuyen a esta coincidencia el origen de la relación entre ambos jóvenes que, según las descripciones que sus conocidos hacen de ambos, guardaban bastantes semejanzas en cuanto a su personalidad.
Ante los rumores, Crosby y Pérez no tardaron en afirmar que jamás habían oído hablar el uno del otro. Un análisis psicológico al que se sometieron ambos jóvenes reveló que, habían sido expuestos a circunstancias muy distintas a lo largo de su vida, y que, quizás como consecuencia de ello, sus personalidades estaban muy lejos de parecerse. Más allá del gusto común que ambos tenían por Kafka, Ferdinand de Celine y la escritura, pocas más eran sus semejanzas. Crosby era un joven neoyorquino de clase media, mientras que Pérez se movía, desde su nacimiento, en las altas esferas de la sociedad madrileña.
"Las ideas son patrimonio de la humanidad" afirmó Gerald Nusemiv, afamado autor de un polémico ensayo acerca de la capacidad de comunicación extrasensorial. "Las ideas no acompañan al hombre sino que es el hombre quien acompaña a las ideas. Las capta, a través de la intuición y las materializa de la mejor manera posible, de tal modo que una misma idea puede calar en dos personas al mismo tiempo en dos lugares totalmente distintos - pero en esencia iguales" Esta apreciación, aunque interesante, no tuvo una gran repercusión puesto que de lo que se trataba era de dos obras que coincidían, no en la idea general, sino en todas y cada una de las palabras.
Cuentan que ninguno de ellos volvió a tocar la pluma en un largo periodo de tiempo. Quizás porque uno pensaba en lo que el otro excribiría, intentando distanciarse de ello a través de la frágil intuición, quizás porque la invisible unión de ambos se rompió una vez se hizo patente, a los dos les inundó, por un lado la certeza de no poseer la exclusividad de las ideas, y por otro, una inexplicable incapacidad a la hora de plasmarlas. Y así cuando Pérez, varios años después, estaba a punto para publicar "Esa cuestión de copas", una de las primeras cosas que hizo fue contactar con las principales editoriales norteamericanas para ver si, por alguna casualidad, cualquiera de ellas tenía preparado el lanzamiento de un libro que tuviera como autor a Russel Crosby. La negativa fue general, lo cual más que sorprenderle, le alivió. Cuando telefoneó a la "Miller´s editorial", le transmitieron la inesperada noticia: Russel Crosby había muerto hacía dos meses. Cuentan sus allegados que el hecho fue cobrando un significado cada vez mayor en Alfredo Pérez. A la indiferencia inicial le siguió una cierta inquietud que acabó desembocando en una profunda incertidumbre.
Para cuando decidió viajar a Estados Unidos a conocer a la familia Crosby, su libro ya era tildado por la crítica como un "tonto juego de palabras elevado a la inmerecida categoría de novela". Conocer a Tilda y Greg Crosby no supuso un alivio para Pérez, que volvió de Nueva York con las manos vacías y un solo dato de cierta relevancia: Russel nunca volvió a entregarse plenamente a la tarea de escribir.
Al llegar a su habitación de Madrid garabateó unas palabras: "las ideas no nacen por si mismas, no nacen de una persona, no nacen de un momento… nacen del intercambio, visible o invisible…" y Alfredo Pérez no supo como continuar. Una sensación nació en aquel preciso instante, y según el mismo afirmó, se prolongó durante el resto de su vida: a feeling of absolute loneliness.