miércoles, noviembre 14, 2007

¿Qué iba diciendo?

Las palabras salían abrasadas, muertas, de su lengua humeante. Una bufanda con subrayado punto raya punto cubría su garganta de cacofonías. Se rumorea que a veces calla para oir el eco de su silencio. Sólo durante unos segundos. Será porque la falta de palabras no le dice nada, será porque el silencio calla más de la cuenta, reinicia la cháchara apenas sus labios se cansan de ser siameses. ¿Qué iba diciendo?
(Imagen: Max Ernst "Los hombres no se enteran de nada")

miércoles, noviembre 07, 2007

El cristal


Se trata de una extraña capacidad que tienen algunas personas: hacer inmortales sus frases sobre la superficie empañada de espejos y ventanas. Muchas veces intenté llevar a cabo con éxito esta tarea encontrándome, una y otra vez, con la muda respuesta del cristal. Dicen que apenas se deja seducir, el vidrio, por unos pocos afortunados que hallan en la yema de sus dedos, el algoritmo cartesiano de la inmortalidad. No es cuestión de empeño, dicen algunos, tampoco de talento. ¿Cuál es la solución pues? ¿La suerte?.
Empeñado en demostrar lo contrario paso las noches de invierno frente a la ventana. En mi cruzada contra el azar grabo en el cristal pensamientos que, como gotas de lluvia, se deslizan por la superficie de la ventana hasta caer, tristemente, en inmundos charcos de tinta mojada. Nadie distingue entonces, mis palabras de todos esos infames vocablos que niños, ingenieros y mascotas articulan sobre sendas cataratas de vidrio. Y yo maldigo la suma de factores inasibles que me impiden perdurar, la suma de miguitas de papel que llevan mi tinta azul a la superficie de un folio negro. Yo maldigo mi cristal porque permanece frío como un témpano.

Your song



Aquella canción de siempre. El metro a las 9 de la mañana, empujones, los pies desafiando la ley de la gravedad, ganando segundos a las legañas, ¿Cuántas pisadas caben en mi tintero?.
Aquella canción de siempre. El envolvente ritmo que marcan las teclas del ordenador. El dispensador de coca cola, agotado de hacer horas extra. Y esa esquina de cristal donde mi culo quema horas al son de miradas agradecidas. Acordes de cultura embotellada anuncian el final de aquella canción de siempre. Lo siento, pensaba antes, hoy tampoco cabes en ella.
Sin embargo, ahora la melodía desafina. Y cuando los instrumentos de viento se llenan de saliba y se deanudan las cuerdas de los violines, yo me pregunto si en el fondo aquella cancion no llevo siempre tu nombre.