miércoles, julio 23, 2008

Deshaciendo guiones perfectos


Bajaban en el ascensor y él aprovecho para besarla una vez más, quizás la última. Ella apenas movió sus labios hacia los de Roberto, creía dejarse llevar pensando, incluso, en que tal vez accedería a subir de nuevo hasta el sexto piso para poder así, emborronar el punto quizás final, quizás seguido, que con tanto ahinco desdibujaron en las sábanas. Pero en realidad ella no esperaba nada. Y Roberto,... Roberto era consciente del azar que rige siempre los encuentros fortuitos de dos personas que, con ojos cerrados, desean reconocerse. Y es normal, pensaba, llega un momento en que se es consciente de que la empatía es fruto mayoritariamente de la necesidad y no de una extraña conjura interplanetaria dirigida a unir dos almas paralelas. Por eso sospechaba que en aquella mirada inundada de añoranza prematura yacían ya otros miles de engaños gestados por las ganas de creer en el destino.

Y así, Roberto la acompañó hasta la calle de al lado. Allí pasaban taxis y ella iba a cogerse uno. Los pasos eran ahora lentos, muy distintos de las zancadas con las que pisaron aquellas baldosas unas horas antes. Claro que entonces caminaban livianos, ahora se daban cuenta de lo que cuesta ser uno mismo cuando se ha sido dos durante un tiempo, poco importa minutos o segundos. La vida no entiende de partículas insignificantes. Ella se metió en el coche. Pensó en decirla algo, pero aquella comedia preestablecida sólo permitía un "hasta luego". ¿Salirse del papel?¿Romper las reglas de juego?Eso sólo tiene sentido cuando uno está harto de tragarse gustosamente los faroles. Cuando las promesas de recuerdo se desvanecen en un largo listado telefónico.

El taxi marchó y Roberto reemprendió el camino de vuelta a casa. Realmente tenía la cabeza en blanco. Sonreía, inclusó creía pensar en aquella chica, en el tiempo compartido, pero lo hacía de manera tan vaga que bien podría tratarse de otra exigencia más del guión perfecto de aquella noche de sábado. Sin embargo algo le sacó de su atolondramiento. Un agudo llanto infantil proveniente de detrás de unos árboles situados a su derecha. Se acercó al lugar de donde provenían para encontrarse, ante su total sorpresa, con un recién nacido envuelto en una manta y con un rosario colgado al cuello. Se acercó y le cogió entre sus brazos. Claro que el pequeño no paraba de llorar, por lo que fue corriendo con él hasta donde había dejado a la joven con la intención de llevarle en taxi a un hospital. El primero que pasó no puso demasiados impedimentos en acercarle sin pagar hasta "La Paz", ya que Roberto, al no contar con este imprevisto, llevaba los bolsillos vacíos (si exceptuamos la funda de un preservativo y un par de pesos cubanos).
- Pon su cabeza a la altura de tu hombro y dale palmaditas en la espalda, le sugirió el conductor.

Efectivamente, el bebe dejó de llorar. Le miró la cara, sus ojos cerrados, y sus dedos improvisando líneas rectas sobre su camiseta. El rosario descansaba en uno de los botones rojos de la chaqueta con que estaba vestido. El taxista le hacía preguntas a las cuales el joven apenas podía contestar. No encontraba las palabras. Algo de lo que ocurría, o quizás todo, no le encajaba bien, le producía un insano malestar. En ese momento, Roberto rompió a llorar.