sábado, mayo 19, 2007

Pequeño anécdota (algo manipulada) acerca de Gustavo



Sentados en un bar cuando se le acercó a Gustavo una joven bastante atractiva. Él la miraba desde hacía unos cuantos minutos, y a la chica pareció gustarle su mirada. Tal vez encontrase colgado de sus ojos un mono señalándola el camino a casa. Puede que fuesen aquellos pantalones con los que Gustavo parodiaba a Travolta. O quizás, atraídos a causa de sus sistemas inmunológicos compatibles, decidieron que aquella noche era el momento indicado para copular en los baños del peor garito de Tribunal. La realidad es que, cuando apenas me había dado cuenta, estaban sentados cachete con cachete hablando de fenómenos medioambientales como el amor a primera vista. No me costaba demasiado imaginarles verificando su atracción mutua a través de la saliva, pero Gustavo es hombre de demasiadas palabras. Habían transcurrido cerca de veinte minutos y ambos continuaban intercambiando insulsos comentarios mientras, de manera silenciosa, ansiaban olerse, irresponsablmente, hasta secar su piel de todo atisbo de pudor.
De repente, Gustavo decidió que era el momento de hablar de comida. En honor a la síntesis y a la explicitez, vomitó sobre la joven un par de kilos de paella. Nadie se explica porqué, ella huyó despavorida prescindiendo así de la conversación que le ofrecía mi amigo. Gustavo salió corriendo del bar para acabar la faena. Se sentó en la acera y miro a derecha e izquierda buscando a la joven que, por otra parte, debía estar ya llegando a su casa. Tras desistir, entró de nuevo en el garito y pidió otra copa. Cuando a eso de las 7 de la mañana se sentó frente a su ordenador, recreo al detalle los labios de aquella chica. Habló de evasión, de ojos con sabor a mar y de palabras que huelen a agua de rosas. Ni una sola mención a la paella. Y es que para mentir, ya está la realidad.