viernes, junio 05, 2009

Borrar las marcas del neumático

Hay una foto de uno de esos antiguos coches en la sede principal de Ecohículos. Pero ya nadie la mira. Ese fue el último de su especie. Su destino fue el llamado cementerio metálico, en las afueras de la ciudad. Lo más lejos posible de los bosques. Ya no circulan por la ciudad y de ellos quedaba hasta hace poco, apenas, la marca de sus neumáticos en alguna calle pendiente de asfaltar. Pronto hasta eso dejó de existir. Al igual que su carrocería, ruedas, guantera, retrovisor, motor, y cristal, sus huellas eran también contaminantes. El agujero de la capa de ozono crecía. Cada hora se agrandaba el equivalente a una mancha de pintura verde producida por el vertido de un bote de 8 litros y medio desde 5 metros de altura. La alternativa, los ecohículos, se alimentaban de varias energías naturales, no estropeaban el medio ambiente y, por si fuera poco, eran igual de rápidos que los antiguos coches. El único problema era su funcionamiento. Los mandos estaban cambiados, donde antes estaba el volante, ahora la palanca de cambios. Y la guantera estaba el espejo retrovisor, y el espejo retrovisor (una sofisticada cámara de vídeo), en la radio. La radio, donde la guantera. La desorientación generó varios accidentes que, gracias al novedoso sistema de protección de los ecohículos, no causaron muerte alguna. El cuenta kilómetros estaba a la inversa. Se contaba en negativo. El maletero estaba en el asiento trasero y el asiento trasero en el maletero, así se favorecía la intimidad entre los viajantes, pudiendo interactuar todos, únicamente, levantando los cristales que se interponían entre el asiento del piloto y copiloto y el maletero, y entre el maletero y los asientos traseros. Tras varios años de excelente funcionamiento, empezaron a surgir los primeros e inesperados inconvenientes. Resulta que el volante dejaba de funcionar en intervalos de décimas de segundo, y que los kilómetros empezaban a sumarse, y que el espejo retrovisor empezaba a emitir canciones de Georgi Dann, y que de la guantera asomaban, algunas veces, milimétricos cristales que se clavaban en los dedos. Al parecer todo estaba causado por cierta encima que se desprendía de los pennusculos esrancae, árbol más común en la ciudad. La primera intención fue paliar este inconveniente modificando el vehículo, pero las intentonas fueron inútiles. Sólo se consiguió un espejo retrovisor con música de Georgi Dann, una guantera con una triste cámara en blanco y negro, y una radio que, al sintonizarse, variaba las marchas con las que se circulaba. Entonces, tras grandes deliberaciones y vista la necesidad de los habitantes de contar con este medio de transporte, se decidió podar todos los pennusculos esrancae, plantando en su lugar pennusculos exnarcae, cuya semilla se obtiene en los prestigiosos laboratorios Bernard and Bernard. Y como era esperado, surgió efecto. Los ecohículos volvieron a funcionar de manera óptima, permitiendo, incluso, implementar algunos de sus sistemas, como una guantera con bluetooth incorporado, y un espejo retrovisor con tecnología WiFi altamente ecológica. La replantación se llevó a cabo con éxito y todo pareció ir bien de nuevo. La gente se acostumbró definitivamente a los vehículos y, finalmente, hubo tiempo para borrar de las calles, los últimos rastros de los antiguos neumáticos. Un día, sin embargo, en uno de los bosques de las afueras, bastante lejano del cementerio de metal, tuvo lugar un extraño suceso que provocó iras inciertas y dubitativas de los ecologistas, temblequeantes argumentaciones químicas entre los científicos, y sonrientes nostalgias de algún que otro anciano, antiguo empelado del motor. Y es que nadie supo explicar como fue posible que de los nuevos árboles, surgieran dentro de las mandarinas fragmentos de carrocerías de los antiguos coches, y suculentas manzanas recubiertas de piel de neumático.