lunes, septiembre 08, 2008


Los celos, pensó, son un juego que sólo merece la pena practicar en compañía. Por eso cuando la vio salir por la puerta supo que sólo tenía dos opciones: amarla pese a todo, amarla con ceguera crónica, o decir su nombre justo antes de oír el portazo, decir su nombre, como una inmediata revelación, dejarlo hincharse en su boca anegada de sueños primaverales, y, posteriormente, no volver a pronunciarlo jamás. Y mientras sus dedos saltarines imitaban, velados, el lastimoso llanto de Clea, goteando lágrimas de impaciencia se preguntaba si aquel sería el fin o si sería tan sólo un nuevo principio generador de nuevas costumbres que, dañinas o no, se fundirían reinventando, de manera instantánea, lo único que existía de veras en aquel amasijo de mentiras provocadas: la necesidad que tenían el uno del otro.
- Te quiero, dijo. Y supo al menos que ésta era una verdad incontestable.

6 comentarios:

Alejandro Marcos Ortega dijo...

Los celos nunca nunca son buenos. De hecho, creo que una relación madura cuando ambos confían tanto el uno en el otro como para que no haya celos. Pero claro, eso es solo una opinión...

Anónimo dijo...

parece el fin del mundo
(el atardecer, digo)

jorgeimer dijo...

¡O el principio de otro nuevo!

Anónimo dijo...

...eso suena mejor

Uqbar dijo...

Los celos son un arma... y las armas disparan, hieren y matan.

Laura dijo...

Los celos limitan mi libertad... me invaden, me queman, me asfixian...
Me ha gustado mucho tu blog, volvere por aqui pronto. Gracias!