lunes, noviembre 17, 2008

Un acto de amor

- Era un tipo pequeño pero robusto. Fuerte. Le gustaba susurrarme al oído cosas sucias mientras me lo hacía. A mi eso me ponía claro, pero también me hacía sentir mal a veces.

El la miraba, buscando en los ojos de ella timidez, dolor, algo que denotase el sufrimiento que la suponía hablar de ello. Pero no encontraba nada. Por eso rastreaba en cada rincón de su cuerpo. En sus rodillas, dobladas, casi rozando con sus genitales; flotando sobre su cabellera negra, en extraña armonía con la noche que les cobijaba, como si ambas fueran dos partes de un todo, conjuradas para hacerle perderse a él, a Miguel, en la insondable oscuridad de sus deseos. Pues sentía que bajo aquel cielo, rodeado de una negrura casi total, permanecía lejos, muy lejos, de si mismo. Y mientras ella continuaba relatándole aquel acto sexual, él la cogía del brazo, deslizaba su mano, sentía su poder sobre él. Lo contemplaba y a la vez lo imaginaba, en otro lugar, como si se tratase de un vigoroso puente de unión entre esta y otras tantas camas por él exploradas minuciosamente. Más reales que el tacto de sus sábanas, de su edredón, más reales que su propia existencia, apenas hipotética, extraída casi al azar de imágenes escanciadas por Lidia en noches como aquella.

- Me arrojaba a la cama. Y luego se ponía sobre mí de nuevo. Pensé que no iba a detenerse nunca.

Por un segundo miró detrás de ella. Pudo ver una botella de agua llena. Y sin saber porqué aquella imagen desvió su atención del cuerpo de Lidia. No de sus palabras. Y mientras continuaba apretando su brazo, imaginó aquella botella reventada, con el agua deslizándose a través de las paredes, desdibujando en el gottelet abruptas e intrincadas autovías para el placer. Luego volvió a mirarla. Y de repente percibió como algo en su tono había cambiado. Seguía con su historia, sí, pero como si de ella apenas fueran rescatables unos pocos retazos y en su conjunto, algo se hubiera quebrado, hubiera languidecido en aquella profunda oscuridad, como si una minúscula luz se hubiera esbozado en algún rincón y él, Miguel, estuviera a punto de percatarse de ello. Desvió definitivamente su mirada de la botella. Saltó sobre Lidia y, sin darla un solo segundo para que sus ojos tiñeran de tristeza aquellos riachuelos que él soñó, acariciaban libidinosamente las paredes y que pronto se posarían en sus mejillas sonrojadas, se lo hizo como tantas otras veces en las que el deseo, cruelmente, escarbaba en su dolor, buscando a través de sus poros, el camino directo hacia esos indescriptibles estallidos de placer. Así Lidia olvidó pronto aquella fallida historia, quizás más real que ninguna otra, pero tan ficticia como todas las demás. Y Miguel vio en ello una manera de reestablecer el equilibrio entre los dos. Una manera de devolverla su cariño a través de un acto de amor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Con tus palabras siempre es fácil imaginárselo...

Anónimo dijo...

este es sin duda un actor de amor como dijo cortázar porque demuestra el deseo de unirnos de fundirnos y de confundirnos