domingo, septiembre 24, 2006

UN CRISTAL EN LA PARED


Todos decían que era un líder, y él lo creía al observar su rostro dibujado en el espejo. Había aprendido a mirar su reflejo tal y cómo los demás le habían enseñado a hacerlo. Una magífica nariz subrayada por suculenos labios y engalanada por dos ojos de color zafiro. Mechones de su pelo moreno ocultan una pequeña parte de su frente inmaculada. Genial rostro que una tarde, los espejos dejaron de reflejar. Ahora, para contemplar su belleza innata, blanco de envidia o admiración- dos maneras de describir un único ente emocional-, debe hacerlo, a duras penas, en baldosas, cristales, sobre el agua...Una indescriptible angustia se adueña de él. ¿Cómo sería ahora líder sin poder conocer ni dominar su propio rostro?. Las arrugas se extenderían pudiendo ser atisbadas tan sólo a través de las llemas de sus dedos, la barba jugaría ahora al escondite sobre su cara. Las mujeres se le acercan aun, cierto, quizás más incluso que antes; en bares, cafeterías, museos. Pero no es capaz de escuchar las dubitativas palabras que revolotean por aquellos labios de fresa, ahora sólo busca su rostro en los ojos de cada nueva conquista. Necesita (¡Necesita!) verificar que todo sigue en orden en la geografía de su cara... pero es algo que ya apenas puede hacer y frente a lo que ningún tipo de agasajo es capaz de ejercer función sustitutiva. Desorientado, necesita fijarse en los que le rodean para buscar en ellos su rostro.

(Imagen: Eugene Atget "Menswear shop")

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