domingo, julio 15, 2007

Desdibunado a Sofia



Salvador quería escribir a Sofía el más hermoso de los poemas. Debería empezar por "tu", si, ese era sin duda el mejor comienzo posible. Luego emuló, a través de un inapreciable tic en su labio inferior, el cabello de Sofía. Quizás circulando por sus rizos, descubriría la mejor manera de convertir en palabras aquellos gestos que solo la costumbre, y raras veces la intuición, podían asir. "Tu, que naces de una lluvia de oro, que brillas una vez absorbo de tus raíces, con los ojos tapados, la última gota de la noche".
¿Cómo palpar su esencia?. Los dedos de Sofía son juguetones. Si fueran rojos se confundirían con bengalas, si fueran verdes, con algas que juegan a ser pez, si fueran blancos, se confundirían con viejos manteles que tendidos en la cuerda, sueñan con convertirse en golondrina. Una buena manera de continuar. Las formas de Sofía comienzan a dibujarse…
¿Y qué decir de su boca?. ¿Podría ser también una buena manera de llegar a ella?. Cogió su bolígrafo y prosiguió. Esa nube de caramelo que surca el mar y se ve tímidamente reflejada en mi cielo. Pista de patinaje con sabor a frambuesa, piel de serpiente desteñida. Añoro esa dulce gotera que filtra, poco a poco, desde el puerto de tu boca, pequeñas porciones de deseo.
Suena el teléfono. Es Sofía- su voz, capaz de dibujar un significado propio para cada palabra, de acariciar los sonidos hasta darles el color de la porcelana china. Si, me parece bien que quedemos en un par de horas. Aja, donde siempre. Bien, los llevaré. Un beso.
Suspira. Piensa en Sofía. Suspira. Coge el bolígrafo. ¿Por donde iba?. Sus brazos, ciegas manecillas de trigo que bailan, tímidamente, al lento compás de los girasoles.
Y deja de escribir. A Sofía no le sienta bien la tinta. Saca un nuevo folio. Rehace cada uno de sus rasgos. Su pelo oscuro, que vierte en la plaza gelatina de mora, que vacía de arena las orillas del desierto. Su nariz, … su nariz, su nariz… del color de sus ojos, del olor de esos párpados que en lugar de cerrarse juegan a ser versos. Deja de escribir. El cuerpo de Sofía se diluye en la rima asonante del folio. Sofía, Sofía,… Y desaparece. Sin duda ha salido un hermoso poema.
(Imagen: fotografía de Sylvia Plachy(sin titulo)

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